Defender la alegría en plena pandemia
Ayer fui comer a casa de la parte de mi familia que vive en un barrio rural de la ciudad. Disfrutamos de la tardada viendo la crecida del río Gállego y la lluvia primaveral nos chipiaba cuando ya volvíamos. Después nos comimos el primer helado de la temporada mojados, entre risas, viendo como la niña con sus dos años recién cumplidos alucinaba con ese magnum tan grande entre sus manitas pequeñas, llenando toda su cara rosada de chocolate. Los tres adultos no parábamos de saborear en voz alta, dejando a un lado el decoro burgués de no poder repetir una y otra vez lo jodidamente bueno que estaba ese enorme helado. La bebé se movía en la tripa de su mamá, le gusta el helado, otro motivo más para seguir apretando hacia la vagina de su madre y en nada llegar al mundo. Pronto la ilusión de una vida nueva, tomará protagonismo frente al miedo al virus que reina en casa de sus abuelas, todos en ambos pisos son población de riesgo ante el covid19. Esta niña no es consciente de que ilum